Sobre desobediencia, límites y emociones adultas

EL DESAFÍO

Cuando mi hija tenía dos años y pocos meses empezó a ser especialmente complicado el momento de irse del parque.

Hasta ese momento no había supuesto mucho conflicto.

Pero a partir de los dos años, cuando le decía que nos íbamos y la intentaba coger en brazos, ella se tiraba al suelo, pataleaba con todas sus fuerzas, gritaba y lloraba. Le ayudaba a calmarse hasta que finalmente la cogía en brazos sin tener que forcejear con ella.

Pasaban las semanas y cada vez se hacía más difícil, y yo no quería tener que cogerla en brazos a la fuerza y llevármela mientras se retorcía y pataleaba.

Usaba técnicas como hablarle con firmeza y cariño, negociar (se podía tirar una vez más por el tobogán), anticipárselo (le avisaba un rato antes de irnos), etc. Pero llegado el momento de nuevo teníamos la pataleta armada.

Entonces ella empezó a emplear una nueva táctica: salir corriendo.

Hechos todos los preliminares y llegado el momento de irnos, me gritaba “¡¡NOO!!” y se alejaba. Si veía que me acercaba, echaba a correr.

¿POR QUÉ OCURRE ESTO?

A partir del año y medio, y especialmente de los 2 a los 3, los niños han ganado un gran número de destrezas que les conceden mucha autonomía. Ahora ellos pueden desplazarse sin problema e ir a donde quieran, tienen una fuerte tendencia a la exploración, a ir retando sus propios límites y los de los demás, empiezan a comunicarse más o menos fluidamente, manifiestan lo que quieren, y se enfadan muchísimo cuando les llevan la contraria.

Todo esto es normal, sano y natural. Así que no te preocupes si tu hijo es exactamente así.

EL MOMENTO CLAVE PARA ESTABLECER LÍMITES

Es en esta etapa cuando realmente empiezan a “entender” que existen límites y normas. Y con entender me refiero a que empiezan a formar parte de su universo, los empiezan a integrar.

Tiene mucho que ver con que es en esta etapa cuando empiezan a desarrollar el lenguaje, lo cual provoca un salto cualitativo gigantesco en su cerebro y en su relación con el entorno.

Empiezan a definir las cosas que les rodean, te pueden empezar a preguntar “¿qué es eso?”. Y por supuesto comienzan también a definirse a ellos mismos y qué rol tienen en relación con su entorno.

Por eso mismo, esta etapa de definición (del año y medio a los 4 aproximadamente) es FUNDAMENTAL para establecer los límites y normas que creamos convenientes.

El niño empezará a crear conexiones neuronales muy potentes, y si te descuidas en esta etapa, en la siguiente será mucho más complicado corregir esos malos comportamientos o actitudes peligrosas, pues esas conexiones estarán muy asentadas.

¿CUÁLES ERAN MIS SENTIMIENTOS Y MI REACCIÓN?

Al principio intenté el típico recurso de no hacerle caso, alejarme, incluso esconderme. A ver qué pasaba. Pero ella ni siquiera miraba para atrás, echaba a andar y se alejaba cada vez más (era un parque muy grande) hasta tal punto que yo me tenía que devolver pues podía perderla de vista.

Recuerdo que en esos momentos me hervía la sangre. Me venía a la mente un “tranquila, es normal, es la edad, tiene que aprender, sé cariñosa…”, pero según iba caminando hacia ella (que a lo mejor se había detenido y me miraba contenta porque había encontrado un bichito o una hoja de un árbol súper chula) me ganaban los sentimientos de “qué se ha creído esta niña desobediente”.

Al llegar a ella desbordada, la agarraba con cierta brusquedad y le decía con muy malas pulgas que eso no se hacía, que si mamá decía que nos íbamos era que nos íbamos, que no podía irse ella sola porque era peligroso y blablablá… mientras ella de nuevo lloraba entre asustada y enfadada.

Lo que más me cabreaba no era que no se quisiera ir, que llorase o que se enfadase (eso lo entendía) … Lo que más me enfadaba era sentirme ignorada, y ver cómo se alejaba sin mirar siquiera atrás, en una clara intención de hacer lo que ella quisiera, con el peligro que además conlleva un niño de 2 años caminando por ahí solo.

Ahora no entraré en esto, pero es fundamental analizar qué sentimos, y de dónde surgen esos sentimientos, cuando nuestros hijos nos desafían. Solo así podremos practicar una crianza consciente (te recomiendo leer este artículo sobre el tema). 

¿CUÁL FUE MI REFLEXIÓN Y CONCLUSIÓN?

Me pasó dos veces. Las dos me sentí fatal, y me daba cuenta de que debía hacerlo diferente.

Me acordé entonces de Álvaro Bilbao y su libro “El cerebro de los niños explicado para padres” (enlace Amazon), cuando decía que lo mejor para evitar un “mal comportamiento” era anticiparse y no dejar que ocurriera, evitar que se generara y consolidara esa conexión neuronal.

Concluí que no podía esperar de mi hija que me hiciera caso en esta situación y con dos años que tenía.

El parque para ella (y para casi todos los niños) es el sitio más guay del mundo. Es como si tú salieras a tomarte algo con tus amigos, te lo estás pasando genial, sólo llevas allí media hora y de repente te llama tu pareja diciéndote que ya es hora de irse porque hay cosas que hacer. Como eres un adulto quizás serías capaz de levantarte e irte, pero te fastidiaría un montón. O quizás te saldría decirle “quiero quedarme un rato más” (creo que es más probable esta segunda opción).

¿Cómo podemos pretender entonces que nuestro hijo de dos o tres años se vaya tan contento y sumiso cuando tú le digas que hay que irse? ¿Qué le importa a él/ella si tienes que cocinar, trabajar o has quedado con alguien? ¿No es mucho más lógico que se dé la vuelta para seguir con su rato de diversión?

La responsabilidad, la obediencia y la empatía son habilidades muy complejas que vamos aprendiendo y asumiendo a lo largo de toda nuestra vida.

Pero obviamente, tampoco es válido dejarle irse, o ir detrás de él o ella rogándoles por favor que te hagan caso.

No podemos esperar que nos obedezcan sin más, pero tampoco podemos enseñarles a hacer lo que les plazca cuando les plazca.

Tampoco es respetuoso, pedagógico ni recomendable (de hecho es perjudicial) acudir a la violencia física (pegar, zarandear, apretar…), verbal (gritar, insultar), la amenaza, el soborno (comida, dulces, regalos…), la mentira (prometer algo que no piensas cumplir), etc.

LLEVADO A LA PRÁCTICA

Puesto que el límite era “nos tenemos que ir ahora”, decidí que en el momento en que hiciera ademán de correr o alejarse, la tomaría y no se lo permitiría.

Por desgracia, me tocó hacerlo varias veces mientras pataleaba y lloraba. Sin pegarle, sin gritarle, sin apretujarle, sin darle un sermón, pero siendo firme física y emocionalmente. Y dándole muchos besos, abrazos y palabras de aliento para consolarla cuando me lo permitiera.

En estos casos en los que se tiene que emplear cierta fuerza, la línea que te separa de la violencia está en tu intención, tu estado emocional (firme y sereno), en emplear la menor fuerza posible (en este caso solo agarrarla con firmeza para que no se hiciera daño a sí misma o a mí) y en demostrar paciencia y cariño. Así le transmites que no es un ataque contra ella o él.

CON ESTA DECISIÓN GANÉ VARIAS COSAS:

  • Mi propia salud emocional: me evitaba el mal rato de verla alejarse y tener que ir a por ella mientras me embargaba la emoción de ira, que me hacía olvidar que estaba ante una niña de dos años.
  • Evité la consolidación de un mal comportamiento: no dejé que mi hija volviera a correr o alejarse, desobedeciendo deliberadamente. Impedí que siguiera haciendo esa conexión neuronal y que se consolidara ese recurso en ella. Hasta ahora, unos meses después, no me lo ha vuelto a hacer (en parte porque no se lo he permitido).
  • Establecí un límite claro y preciso, y fui consistente con él. El límite es “nos tenemos que ir ahora”, y eso no era discutible. Aunque tuviera que ser “a la fuerza”. Sin embargo, sí le estaba permitido llorar, patalear y gritar. Soy consciente de que no le resulta fácil y necesita descargar su emoción de ira y tristeza.
  • Cultivé enormemente mi paciencia y mis recursos para ayudarla a que se calmara: dejarla un rato en el suelo, agacharme, darle abrazos, besos, empatizar con ella (“lo siento cariño, sé que te encanta el parque y te lo estás pasando genial, pero ahora nos tenemos que ir”), animarle a que respirara profundo, mantener la mirada con calma y cariño, contarle lo que íbamos a hacer a continuación o rememorar todo lo que había hecho en el parque…
  • Aprovechar la pataleta para, una vez calmada, conversar sobre ello (“¿Estabas muy enfadada verdad? ¿Querías seguir jugando con tu amiguito? Pero mamá te dijo que ya era hora, y te pusiste triste ¿no? Yo también me pongo triste cuando me tengo que ir y me lo estoy pasando bien…”). Y finalmente proponerle algún plan guay para hacer juntas y que pueda cambiar el chip (leer un cuento, ayudar en la cocina, saltar un rato en la cama, jugar un ratito a lo que ella quiera, darle el pecho- si aún se lo das- mientras le miras y le acaricias…).

ADEMÁS, MI HIJA TAMBIÉN GANÓ VARIAS COSAS:

  • Se ahorró el susto de ver a su madre muy enfadada.
  • Dio otro paso hacia la consolidación del límite “nos tenemos que ir ahora” a nivel cerebral. Es un camino que está iniciando y que necesita su tiempo.
  • Pudo descargar su emoción mientras se sentía comprendida y acompañada.
  • Dio otro paso hacia el complejo mundo de conocerse a sí misma y a sus emociones, y aprender a regularlas.
  • Pudo establecer después un momento muy especial de conexión con su mamá.

CONCLUSIÓN

Es probable que haya otras maneras aún más respetuosas de trabajar esta situación. Desde luego no es lo ideal tener que agarrar a tu hijo contra su voluntad. Pero en esta etapa, cuando se desbordan emocionalmente, es prácticamente imposible hablar o tratar de razonar en ese momento. Para mí, ante este desafío concreto, fue la mejor opción posible dentro de mis recursos. Y por eso la comparto con vosotros.

En resumen, mi consejo después de esta experiencia es:

DEFINE el límite con claridad, HAZLO cumplir, PERMITE las expresiones emocionales (llanto, grito, pataleo), EVITA la violencia física o verbal, CONSTRUYE a partir de lo vivido.

¿Y tú? ¿Qué habrías hecho en esta situación? ¡¡Déjanos un comentario!!

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