La primera vez que vi portear a un bebé quedé fascinada.
Todos tenemos en mente la imagen del bebé en el carrito (o coche, como dicen en Suramérica). Y no te planteas que existan otras opciones para transportar al bebé, al menos en nuestra cultura supuestamente “desarrollada”.
Yo no estaba embarazada aún ni tenía planes de estarlo. Así que desconocía absolutamente el mundo del porteo, y las cosas de bebés en general.
Pero cuando vi a aquella pareja de amigos, llevando a su bebé en el fular para todos lados, decidí que yo también lo haría así. La idea de llevar el bebé pegadito al cuerpo de la mamá o del papá me parecía absolutamente tierna y lógica.
Un par de años después, cuando me quedé embarazada, empecé a entrar en páginas y grupos de Facebook relacionados con maternidad. Así, casi sin buscarlo, me llegó mucha información acerca del porteo, y especialmente del porteo ergonómico.
Me quedó claro cómo debía ser la postura del bebé para que efectivamente fuera ergonómica, las precauciones que había que tener, los diferentes tipos de portabebés, los beneficios del porteo… Descubrí todo un mundo del que me fui enamorando.
De hecho la primera compra que hice para mi bebé, durante el embarazo, fue el fular.
Lo cierto es que mis compras pre-nacimiento no fueron las típicas. No compré cuna, ni carro, ni cambiador, ni sillita mecedora, ni muebles especiales para bebés. Algún día os contaré el porqué y cuáles fueron las alternativas a todos esos productos aparentemente tan necesarios.
Aunque no lo compré, sí tuve un carro que me regalaron. Y con él viví una experiencia que me hizo confirmar mi opción por el porteo.
La primera vez que lo usé para salir a la calle mi bebé tenía unas 3 semanas. Me convencieron para que la llevara en el carrito y accedí.
Fuimos a comprar algunas cosas cerca de casa. Yo vivía en el centro de Santiago de Chile, donde el flujo y la circulación de personas es enorme. Recuerdo que al poco de salir experimenté una fuerte sensación de agobio y un miedo “irracional”. De repente me imaginé que alguien agarraba al bebé y se lo llevaba corriendo. Sentía unas ganas enormes de tomar a mi bebé y llevarla en brazos, bien pegada a mí. No lo hice en ese momento. Me quedé pegada al carro, mientras me juraba a mí misma que por unos meses no volvería a sacar a mi bebé en el carrito.
Quizás muchas personas piensen que efectivamente es un miedo irracional, cosas de madre primeriza o de alguien muy inseguro y sobreprotector.
Yo, después de varios años de estudios y formaciones, creo que aquello que me pasó fue completamente natural y normal. Simplemente afloró el instinto de protección ante un entorno que tenía mucho de hostil.
Y ese fuerte instinto de protección que tiene la madre hacia su bebé es uno de los mecanismos de los que se sirve la naturaleza para la supervivencia de las especies. Y efectivamente nada tiene que ver con el cerebro racional, pues los instintos emanan del cerebro primitivo, del cerebro más “animal” y más conectado con lo “natural”.
Así que, si alguien me preguntase porqué decidí portear a mi hija, le diría que porque mi instinto así me lo pedía. Me sentía mucho más relajada y tranquila llevando a mi hija en mi pecho, sintiendo su respiración, su calor. Sentía que aquel era su lugar, y el mío.
Más tarde descubrí el concepto de la exterogestación. Y no pude estar más de acuerdo. Portear a mi bebé era como llevarla aún dentro de mí, sin nada que nos separase.
Para mí tenía mucho más sentido que mi bebé pasara del útero al regazo. Era la forma más lógica, respetuosa, instintiva y natural de vivir ese gran cambio que supone el nacimiento.
Sin prisas, sin saltarse escalones. Poco a poco, nutriendo la necesidad de mi bebé (y también mía) de contacto físico, de presencia continua. Nutriendo la necesidad de confiar en este nuevo mundo al que ha llegado y del que no sabe qué esperar.
A esto se añadieron otra serie de ventajas de carácter más práctico.
Nosotros no teníamos coche (auto), así que a cualquier lugar teníamos que ir andando, en bus, metro o taxi. Ir con un carro hubiese sido una locura en una ciudad en que muchas aceras están fatal, el transporte público normalmente rebosa de gente, y la ciudad en general no está muy preparada para poder circular tranquilamente con un carro.
Tengo una amiga que me contaba que todas las mañanas se tenía que pelear con el conductor del bus para que le dejara subir con el carro. Al parecer a los conductores no les hacía gracia porque ocupaban mucho espacio y les hacía “perder tiempo”. Una barbaridad.
Portear me simplificó enormemente la vida. Podía ir a cualquier sitio con mi fular y mi mochila. Tenía las manos libres para ir a comprar, hacer tareas de la casa, leer o estudiar si es que estaba dormida. No me tenía que preocupar demasiado de la hora, pues cuando mi bebé tenía sueño se quedaba plácidamente dormida.
Aunque mi hija nunca sufrió de cólicos ni reflujo, sabía que el porteo ayuda y previene estas situaciones. Aquí te dejo un vídeo del pediatra Jesús Garrido hablando de esto).
Cuando le costaba dormir, la metíamos en el fular, nos dábamos un paseo y caía en minutos. Eso sí, cuando trataba de sacarla del fular siempre se despertaba. Así que la mejor opción era dejarla ahí.
Además, el porteo ayuda enormemente al desarrollo neuronal del bebé, ya que se le presentan muchas más oportunidades de generar conexiones al observar y vivir situaciones nuevas. No es lo mismo un bebé que está contigo y que ve las cosas que haces, cómo las haces, te escucha, participa de las relaciones con las personas que interactúan contigo, etc… Que el bebé que se pasa el día tumbado en un carro o cuna y lo único que ve durante horas es el techo, el cuarto en que está o el cielo si es que va en un carro.
En fin, para mí han sido todo bondades. Y hemos disfrutado muchísimo porteándola. También mi esposo, a quien le encanta llevarla en la mochila y disfrutar de ese momento de conexión.
Y con nuestro segundo hijo ha sido igual. Ha sido una maravilla poder tenerlo pegado a nosotros y a la vez poder atender a la hermana mayor, los quehaceres de la casa… Todo bondades.